Un fin de semana más, volvemos con otra historia de Monster Hunter. En este segundo capítulo de Memorias de un Cazador, me sentía en la necesidad de rememorar una misión que todo el mundo suele recordar con cierta angustia, por las emociones que uno siente (o padece) durante su realización. Tras realizar las misiones más básicas para aprender el oficio (recoger setas, objetos, matar algunos velocipreys…) ya sólo me quedaba una misión por cumplir, cuyo nombre me causaba cierta intriga: Asalto al Nido del Wyvern. Pensé que al fin llegaría la hora de enfrentarme a un monstruo de los grandes, pero el destino que me aguardaba era, según como se mire, algo peor. Al leer la descripción, no parecía algo muy difícil: un aldeano había caído enfermo, y para que se recuperara hacía falta un huevo de Wyvern, que se hallaba en Bosque y Colinas. Me equipé con mi espada y escudo, armadura y avituallamiento necesario y partí hacia la aventura.
Al llegar al campamento, el jefe del pueblo me indica que tenga cuidado, que el nido se hallaba bien vigilado por un Rathalos. Debido a mi falta de experiencia, desconocía que monstruo era ese, y por su nombre supuse que sería algo relacionado con una rata. CRASO ERROR. Mientras me dirigía a la zona 5, donde se encontraba el nido, me entretuve cazando algunos velocipreys, criaturas parecidas a velociraptores de color azul, para crear nuevas y mejores piezas de armadura, y una vez tuve las suficientes, fui decidido al nido.
Aquí comenzó la pesadilla. Nada más llegar a las cercanías del nido, entendí de qué me alertó el Jefe del Pueblo, al ver cómo surgía, esplendoroso, el que más tarde conocería como el Rey de los Cielos.
Música para ambientar:
¿Cómo demonios iba a enfrentarme a ese monstruo con una simple espada de hueso y un escudo que apenas resistía golpes de seres mucho menores? Estaba aterrorizado, era el monstruo del intro, por lo que débil no debía de ser. Lo primero que pensé fue en esconderme, esperando que el monstruo no me viese y por suerte, así fue. Mientras el Rathalos patrullaba la zona con lento andar, yo intentaba infiltrarme escondiéndome entre las rocas y los arbustos mientras esquivaba un molesto Vespoid: un mosquito del tamaño de una persona que no para de molestar y que si te pica, te paraliza. El mayor problema era llegar a la entrada del nido, pues desde donde estaba tenía entremedio una llanura considerable para pasar desapercibido y a demás debía escalar dos riscos. En ese momento la opción más sensata me pareció correr.
El Rathalos se giró al oir los pasos y escupió una bola de fuego que si no me llego a agachar me arranca la cabeza. Tras esto echó a correr tratando de embestirme, pero para entonces ya estaba entrando a la cueva donde estaba el nido.
Entre yo y los huevos se hallaban un par de velocipreys curiosos. Debía darme prisa antes de que el Rathalos llegara a defender a sus crías, así que acabé con todos lo más rápido que pude. Cuando subí al nido, no esperaba encontrarme algo de tal magnitud: esperaba un huevo grande, pero no eso.
¡Ese huevo era casi tan grande como yo! No sabía como iba a volver con él vivo teniendo que saltar los riscos por donde entré. Decidí probar con el escalón que había donde se encontraban los huevos, al parecer mientras no corriera, podía pasarlos “sin problemas”. Salí del nido justo cuando el Rathalos entraba por la apertura en el techo de la cueva. Bien, ahora sólo tenía que regresar al campamento y listo. No contaba con que tendría una visita familiar y para nada esperada: un vespoid.
El muy malnacido me acertó por la espalda y adiós huevo. Ahora tendría que entrar de nuevo y esta vez no me esperaban dentro sólo un par de velocipreys sino también el padre de las criaturas. Me armé de valor y volví a entrar en la cueva. Ahí estaba, fuerte e imponente, rugiendo enfurecido por la falta de uno de los huevos. Cargó con furia hacia mí y por suerte pude esquivarlo de un salto a la desesperada (ese que siempre te salva por los pelos). Salí corriendo hacia el nido, cogí el huevo, y al girarme ví el mayor de mis problemas: el Rathalos tapaba la entrada. ¿Ahora cómo saldría de allí? La otra salida estaba tapada por una piedra enorme, así que no tenía otra escapatoria. Por suerte, conté con un aliado inesperado: los velocipreys. El Rathalos se entretuvo un instante con ellos que aproveché para escapar, con tanta prisa que no miré mi resistencia y se me cayó el huevo al acabarseme esta…
Indignado, volví a entrar a la cueva: estaba vacía. Tal vez el Rathalos acabó con todos los velocipreys y salió fuera a buscarme, así que corrí a por el huevo y me marché, esta vez tomando todas las precauciones posibles. Con un poco de suerte pronto acabaría esta pesadilla.
Cada vez estaba más cerca del campamento. Me encontraba por la zona 2 esquivando los velocipreys que saltaban intentando darme caza cuando el Rathalos me encontró. Se dispuso a aterrizar, pero para entonces yo ya estaría sano y salvo por el camino hacia la zona 1. Finalmente llegué al campamento, deposité el huevo en el baúl de entrega y pensé: ya no más.
Así acabó esta pesadilla de misión, que por suerte ya no tendría que repetir más, al menos de forma obligada. En las próximas memorias ya sí que sí contaré el primer duelo contra un monstruo de tamaño considerable y que para muchos constituyó nuestro primer bache real: el Yian Kut-ku.
¡Un saludo cazadores!
Comentarios
Publicar un comentario